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miércoles, 4 de noviembre de 2009

Antiguo Egipto: Los Magos o Hechiceros.

"He venido a tomar posesión de mi trono, a que se me reconozca mi dignidad, pues todo eso era mío antes de que existierais vosotros, los dioses; así pues, bajad y pasad a ocupar los últimos puestos, porque yo soy un mago." (Textos de los ataúdes, conjuro 261).

Sería interesante saber cómo era la vida cotidiana de un mago en el antiguo Egipto, lo que hacía, cuáles eran sus poderes, qué gentes constituían su clientela, y lo demás.
Pero los magos no escriben cosas así, lo cual nos obliga a una reconstrucción basada en fragmentos de papiros, breves inscripciones sobre los muros de los templos y aquellas herramientas del oficio que han sobrevivido a los siglos.
Existían en Egipto dos clases de magos.
De un lado, los instruidos, los procedentes de los templos establecidos, los pertenecientes a la jerarquía ortodoxa; del otro, los magos «laicos», gentes sin instrucción que practicaban la magia al margen de cualquier institución, más o menos como nuestros ocultistas y sanadores populares.

En el antiguo Egipto, sin embargo, la inmensa mayoría de los magos correspondían al primer género y eran pilares del poder constituido.
Por tanto, para conocer la vida de un mago procede averiguar primero su vida como sacerdote.
En nuestra época damos por supuesto que los sacerdotes abrazan la vida religiosa movidos por una profunda vocación.
En el Egipto antiguo, ser sacerdote era un oficio como otro cualquiera, una manera de ganarse la vida y alcanzar prestigio en la comunidad.
Esto podrá extrañarnos o incluso parecemos ajeno a lo que debería ser la verdadera vida en religión, pero el caso es que existía una diferencia crucial entre las funciones del clero en el antiguo Egipto y lo que entendemos por tales en la época moderna.
En nuestra sociedad consideramos que un ministro o sacerdote es alguien que tiene con Dios una relación estrecha de carácter personal.
Si no existe una fuerte vocación religiosa esa relación queda desprovista de contenido.
No así en el caso de los sacerdotes egipcios; si eran ministros, lo eran fundamentalmente del faraón.


El régimen de Egipto era teocrático; el soberano político era también un dios.
Como tal, detentaba la responsabilidad última en cuanto al mantenimiento del orden divino en el país.
Obviamente, el rey no podía estar presente en todas las ceremonias que se celebrasen en los numerosos templos de Egipto; era preciso que delegase en unos representantes que pudiesen asumir las funciones de aquél en el lugar, tanto más numerosos por cuanto las celebraciones se hicieron cada vez más frecuentes, ya que se oficiaba varias veces al día en cada templo.
Ése fue el origen de la clase sacerdotal.
No eran los sacerdotes del antiguo Egipto un grupo humano que viviese aparte del resto de la comunidad en virtud de su vocación, lo cual significa que se ocupaban de sus asuntos mundanos lo mismo que los laicos.
Por ejemplo, era muy corriente que el oficio de sacerdote se transmitiese de padres a hijos. El padre que desempeñaba una determinada profesión dejaba ésta en herencia a su hijo cualesquiera que fuesen las creencias y la conducta moral de éste.
Herodoto da testimonio de esa práctica:
"Me condujeron al santuario interior, que tiene una espaciosa cámara donde me mostraron una multitud de estatuas colosales de madera; hecho el recuento se demostró que su número era exactamente el que habían dicho, siendo costumbre de aquellas gentes el que cada sumo sacerdote donase en vida su efigie al templo.
Mientras me mostraban las figuras y echaban sus cuentas, me aseguraron que cada uno de aquellos personajes había sido hijo de su predecesor.
" (Herodoto, Libro II, 143.)


Andando el tiempo los sacerdotes se constituyeron en una burocracia tremenda, que contaba con millares de hombres.
Eran cientos los templos consagrados a los diferentes dioses, y cada uno de ellos gozaba de autonomía en cierta medida, con su propia jerarquía y su división del trabajo.
En todos los templos, sin embargo, eran parecidos los oficios, con una especialización de servicios muy avanzada.
Una de las funciones tal vez más importantes de los sacerdotes era la custodia de las estatuas sagradas u «oráculos».
De entre los sacerdotes, una minoría selecta tenía el privilegio de entrar en el «santísimo» de cada templo para atender al cuidado del oráculo; entre sus obligaciones figuraba la de ofrecer alimentos al dios varias veces al día, vestirlo por la mañana, cerrar la cámara al anochecer, y así sucesivamente.
Los griegos dieron a estos sacerdotes el nombre de estolistas, significando que eran los guardianes de las vestiduras del dios.
Aunque no hiciesen falta unas convicciones religiosas muy firmes para desempeñar el empleo, el sacerdote debía purificarse antes de entrar en contacto con la divinidad.
Incluso los jeroglíficos que designan el orden sacerdotal más corriente, el wab, ilustran esa noción de purificación, ya que se escribía, el primer carácter representa una jarra que vierte agua (y significa la noción de lo puro), y el siguiente dice «hombre».
Por tanto, se definía al sacerdote como hombre puro, o que purifica.


Para ser puro, o limpio en sentido religioso, era necesario que el sacerdote se afeitase todo el vello del cuerpo y los cabellos; los piojos eran una plaga común en Egipto y el afeitado evitaba su proliferación.
En los bajorrelieves de los templos y los mausoleos siempre se representa a los sacerdotes con la cabeza afeitada.
Las abluciones constituían también una parte importante de la purificación; Herodoto nos cuenta que los sacerdotes se bañaban cuatro veces al día, dos durante la jornada y dos al anochecer.
Muchos templos poseían lagos sagrados dedicados a estos menesteres.
Estos estanques artificiales servían también a otros rituales.
En los días festivos las estatuas del culto se sacaban afuera y se ponían en ostensorios, o en barcas, llevándolas a hombros los sacerdotes, que cruzaban con ellas el lago sagrado.
Si el templo no tenía ningún lago, los sacerdotes se lavaban en albercas que se construían en lugares especiales.
Además de lavarse y afeitarse, los sacerdotes debían someterse a la circuncisión y abstenerse de comer ciertos alimentos.
Los manjares prohibidos variaban de un nomo a otro (nomo significa comarca o provincia), o también dependían del templo.
A veces se proscribía la carne de vaca, la de pichón o el ajo, pero la prohibición más extendida parece que fue la de comer pescado.
Incluso ciertas alusiones al pescado tenían consideración de impuras y con frecuencia, el suplicante que quisiera entrar en un templo debía confesarse diciendo «estoy puro, no he comido pescado...».
Esta prohibición regía sólo para el clero, teniendo en cuenta que el pescado era uno de los alimentos básicos entre el pueblo común.
Es obvio que estas normas de abstinencia se tomaban muy en serio.
En el nomo de Oxyrinchus el pez de este nombre era sagrado y no le era lícito a nadie el comerlo {oxyrinchus significa nariz larga, lo que describe en efecto la peculiaridad de la especie), lo cual motivó una algarada cuando los habitantes de la comarca se enteraron de que los habitantes de la vecina Cynopolis lo comían.
En represalia, los de Oxyrinchus capturaron varios perros y los guisaron para comérselos. Fue preciso llamar al ejército para que pusiera fin a los disturbios.
Existían además prohibiciones relativas a la indumentaria. Los sacerdotes no podían vestir prendas de lana, por ser esta fibra de origen animal y, en consecuencia, impura.
Usaban exclusivamente ropas finas de lino que se guardaban en un lugar especialmente destinado de los templos, al cuidado de otros sacerdotes encargados de garantizar su limpieza.
Parece contradictorio que, si la razón de esta prohibición de vestir prendas confeccionadas con lana fuese la impureza de los animales, en cambio el sem o sumo sacerdote revistiera, en determinadas solemnidades, una piel de leopardo como atributo de su dignidad.

Otra condición de la pureza del sacerdocio era la abstinencia sexual.
Esa norma podrá parecer muy severa para un oficio que, como hemos dicho, no demandaba una vocación fuerte, pero debe tenerse en cuenta que sólo estaban obligadas a cumplirla mientras se hallasen en servicio; todos los templos tenían establecido un sistema de rotación por turnos llamados phylai, y cada uno de éstos servía durante sólo un mes, tres veces al año.
De manera que durante el mes de servicio, el sacerdote vivía en el templo, oficiaba los ritos y se sometía a las prohibiciones; luego libraba tres meses, durante los cuales vivía en el seno de la comunidad laica y se comportaba como cualquier quídam.
Cumplidas las normas de pureza, el sacerdote se sometía a un rito de iniciación para poder acceder a los ritos superiores del templo.
No poseemos una descripción completa de esa ceremonia, que data de los períodos más remotos de la historia egipcia, pero conocemos sus rasgos esenciales.
Antes de entrar en el templo, el candidato se ungía las manos y pronunciaba una declaración solemne en cuanto a su pureza y dignidad para el oficio.
Tenemos una descripción más detallada, que data del período grecorromano.
El autor romano Apulio describe la iniciación de Lucio, un candidato al ingreso en el templo de Isis.
Uno de los ancianos del templo le envía a la biblioteca, en uno de cuyos papiros debe hallar las instrucciones necesarias.
Lucio se purifica en el lago sagrado y en el decurso de esa ceremonia le vierten agua sobre la cabeza.
Ante la estatua de Isis del santuario, el pontífice del templo le revela los secretos cósmicos. Lucio ayuna durante diez días; luego se repite la ceremonia de iniciación y por último se le revelan los secretos más recónditos.

Bueno, espero que les haya gustado esto sobre los magos y hechiceros del antiguo Egipto, es un pequeño parrafo del libro "Secretos del Antiguo Egipto Magico", de Bob Brier.

Que los Dioses os bendigan.

Warlock.-

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